-
Para no cortar el vínculo de estos meses, estamos felices de ofrecer las siguientes ofertas especiales de suscripción de prueba.
Lunes 11 de Noviembre 2024
Para no cortar el vínculo de estos meses, estamos felices de ofrecer las siguientes ofertas especiales de suscripción de prueba.
Jean Bourdichon (Ca. 1457-1521) podría haber ocupado un lugar en el panteón de los diez pintores franceses más grandes, pero, por desgracia, sus obras no sobrevivieron a los estragos del tiempo. Tanto es así que, sin obras que contemplar, cayó en un olvido casi total. De hecho, la única gran obra que se conserva y que se le puede atribuir con certeza es un suntuoso manuscrito en miniatura, Las Grandes Horas de Ana de Bretaña, reina de Francia, que terminó hacia 1508. La portada de Magnificat de este mes retoma una de las ilustraciones de esta obra maestra de la iluminación.
He aquí, pues, la famosa escena, interpretada por Bourdichon, en la que el legionario Martín, en el invierno de 334, comparte su manto con un mendigo (en francés antiguo, un mendigo es una persona que sobrevive solo gracias a la caridad de los demás). Sulpicio Severo (363-410?), su biógrafo, nos cuenta que la noche siguiente Cristo se le apareció en sueños vestido con el mismo manto.
San Martín está representado como un caballero de estandarte, con armadura y corona dorada engastada con rubíes y esmeraldas. Va ataviado con una cota de malla de oro, decorada con palmetas para significar su canonización, con un jubón de lapislázuli con adornos dorados. Banneret, «caballero abanderado», era antiguamente un título militar ganado en el campo de batalla. Al igual que san Martín, que es representado como un caballero que defiende los valores de su juramento, Bourdichon se consideraba un guerrero de la resistencia que libra el buen combate con las armas de su arte. ¿Resistencia contra qué? Contra el Renacimiento y el desencanto de la vida que este impuso. Para entender lo que estaba en juego, hay que recordar que Bourdichon era el pintor oficial del rey Francisco I al mismo tiempo que Leonardo da Vinci; sus talleres cerca de Tours estaban a escasos 20 km de distancia, y trabajaron juntos en ocasiones. Cuando se comparan sus obras, sin embargo, es evidente que son dos mundos aparte. Vasari afirmaba con razón que Leonardo «trazó una línea divisoria con la Edad Media y su arte ajeno a la naturaleza». Bourdichon, en cambio, pretendía permanecer en la Edad Media, y se negó a entrar en el movimiento renacentista, con su nuevo sistema de representación del mundo que imponía una nueva relación entre los hombres y su Dios, entre el cristiano y su fe.
San Martín como buen samaritano
Para significar el encantamiento del mundo y de la vida humana por lo divino, Bourdichon no pintó, como Leonardo, objetos y personajes naturales y realistas, dotándolos de significado a través de un elaborado simbolismo ya manierista. En un paisaje mítico, coloca personajes idealizados a los que ilumina realzando sus vestimentas con finos trazos dorados. Esta iluminación artificial significa la gracia divina que ilumina la vida del personaje y lo inspira a actuar en la tierra como otro Cristo, cumpliendo la voluntad de su Padre: en este caso, dando pruebas de amor a un indigente. Este –hincando una rodilla en el suelo, las manos juntas, los ojos en blanco y piadosamente elevados, vueltos devotamente hacia san Martín como lo estarían hacia el cielo–, con su actitud, confirma que es precisamente otro Cristo quien le da la gracia de revestirse con un manto compartido, y él mismo es presentado como lleno de gracia, iluminado como su donante, con vetas de oro.
Podemos contemplar esta miniatura como un manifiesto a favor del reencantamiento de nuestras vidas por la gracia divina, y sobre todo por la gracia del mandamiento nuevo, esa práctica cristiana que hace de cada uno de nosotros, ya seamos dadores o receptores de tal demostración de amor, otro Cristo para los demás. He aquí, en efecto, una invitación a imitar a san Martín y a los pobres, a dar vida a la parábola del Buen Samaritano, la parábola en la que el Señor es a la vez el que es salvado por el que salva: «Conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40), como el que salva al que es salvado: «No hay más Salvador que yo» (Os 13,4).
Pierre-Marie Dumont
[Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco]
• San Martín compartiendo su manto con un pobre, miniatura de las Grandes Horas de Ana de Bretaña, latín 9474 Fol. 189v, Jean Bourdichon (Ca. 1457-1521), BnF, París. © BnF, Dist. RMN-GP/imagen BnF.
(Leer más)