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Mis hermanas las golondrinas...
Pierre-Marie Dumont

El papa Julio II ordenando a Bramante, Rafael y Miguel Ángel construir el Palacio vaticano y San Pedro
Horacio Vernet (1789-1863)
En agosto de 1826 se encargó al francés Horacio Vernet una pintura destinada a la cubrición de una de las salas del Museo Carlos X, inaugurado un año más tarde. El pintor había de responder al gusto academicista de su época y del ámbito al que se destinaría su obra, por lo que seleccionó un argumento de carácter histórico que nos recuerda la figura del papa Julio II como gran mecenas de los más notables maestros del Renacimiento.
Vernet nos lleva a los primeros años del siglo XVI, cuando Roma era un hervidero artístico, auspiciado por la remodelación de su urbanismo y la multiplicación de fundaciones religiosas. El epicentro de la efervescencia urbana se ubica en la basílica de San Pedro y el Palacio vaticano, donde se quería engrandecer el espacio que custodiaba el enterramiento de san Pedro y prepararlo para una acogida universal de los peregrinos que llegaban para su veneración. A su vez, el palacio se convertiría en nueva residencia papal, con estancias para la celebración de recepciones oficiales y ceremonias protocolarias.
En este impulso arquitectónico y decorativo fue determinante la figura del papa Julio II (1443-1513), Giuliano della Rovere, que destacó también por su papel político y militar desde que accedió a la sede pontificia en 1503, imponiéndose al linaje enemigo de los Borgia. De hecho, Vernet no escoge para su pintura los enfrentamientos bélicos impulsados por este Pontífice contra las tropas francesas, sino que se centra en la labor de Julio II como promotor de las artes, tema más acorde con la arquitectura a la que originalmente estaba destinado este óleo. Probablemente recibió instrucciones muy concretas sobre la iconografía que debía tratar, ya que en el repertorio general de Vernet dominan las pinturas de batallas y los paisajes.
Estamos, por tanto, ante un planteamiento excepcional dentro del catálogo de sus pinturas, perfecta síntesis del nuevo impulso que tomó la basílica de San Pedro desde principios del siglo XVI a partir de tres grandes figuras: Rafael, Bramante y Miguel Ángel. Artistas polifacéticos y hombres universales del Renacimiento, compitieron entre sí para dejar su huella en la gran empresa papal.
Vernet ordena su composición en torno a la figura de Julio II, en quien se centran todas las miradas. El Pontífice, entronizado en un sitial de terciopelo propio del mobiliario noble del siglo XVI, es individualizado por sus vestimentas y por sus rasgos. De hecho, es evidente que Vernet admira y reinterpreta el retrato del pontífice realizado por Rafael de Sanzio en 1511 y que actualmente se conserva en la National Gallery de Londres. Siguiendo el modelo italiano, aunque sin la intensa vivacidad de este, Vernet consigue captar una gran fuerza expresiva en el rostro, reflejo del fuerte carácter de Julio II. Para acentuar su poder, Vernet hace apoyar su mano derecha en una mesa, cuyos documentos nos hablan de este Papa como estratega y administrador de la corte vaticana. Su mirada nos invita a contemplar el plano que el arquitecto Bramante le está mostrando.
En este detalle, Vernet no se muestra totalmente fiel a la realidad histórica, pues sabemos que el genial arquitecto del siglo XVI propuso para la nueva basílica de San Pedro una planta de cruz griega que ensalzara en mayor medida la monumentalidad de la cúpula central. Además, la nueva arquitectura estaría centralizada por el monumento funerario del promotor, Julio II. Siguiendo estas trazas se comenzó la construcción en 1506, si bien esta idea sufrió remodelaciones posteriores, como apreciamos todavía hoy. El diseño que Vernet introduce obedece precisamente a los cambios llevados a cabo a la muerte de Bramante por Rafael y Sangallo el Joven, quien finalmente definió una planta de cruz latina que diera profundidad a las naves para mayor acogida de los peregrinos.
Atento a las explicaciones del arquitecto, encontramos en nuestra pintura a un maestro joven revestido de negro, cuyo rostro, de gesto sereno y contemplativo, nos lleva a identificar a Rafael de Sanzio. Su individualización se completa con el boceto que porta entre sus manos, remitiéndonos a las pinturas que realizó para las estancias vaticanas. Probablemente, el pintor hubo de realizar modelos previos para que fueran revisados y aprobados por el Papa antes de emprender las obras definitivas sobre los muros. En la imagen de Vernet observamos uno de sus característicos lunetos de estructura semicircular, para adaptarse a las medidas de dichas estancias.
En el lado contrapuesto de la composición, Vernet completa el elenco de grandes maestros del Cinquecento italiano con la presencia de Miguel Ángel. A diferencia de sus coetáneos, se dispone sedente sobre los emblemas pontificios y en una posición más forzada que Vernet inspira en las figuras de la bóveda de la Capilla Sixtina. Su violento movimiento en primer término de la pintura y el gesto retórico de sus manos recuerdan los constantes enfrentamientos que tuvo con Julio II.
Orgulloso y seguro de sí mismo, Miguel Ángel se sintió en ocasiones desplazado por las intervenciones de Bramante y Rafael. De hecho, cuando llegó a Roma en 1505 lo hizo llamado por Julio II, a fin de realizar la escultura funeraria que centralizaría el espacio, pero la necesidad de llevar a cabo el proyecto arquitectónico hizo que el encargo de Miguel Ángel quedara relegado y comenzaran sus disputas con el Papa y con el propio Bramante. A cambio, aceptó, no sin advertirle a Julio II que él era ante todo escultor, la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina. En esta recreación de Vernet el polifacético artista no muestra obra alguna al Pontífice, quizá porque siempre prefirió trabajar en solitario, sin atender a las directrices y sugerencias que llegaban desde el entorno papal y mostrando únicamente el resultado final.
El gesto teatral y retórico de Miguel Ángel nos dirige a los personajes secundarios, entre los que diferenciamos, por sus hábitos y vestimentas eclesiásticas, al séquito papal y, en un plano más alejado de la composición, a dos ayudantes o miembros de los talleres de Bramante o de Rafael, con los pergaminos entre sus manos. No referimos en este caso colaboradores de Miguel Ángel, pues este se negó a recibir cualquier ayuda para completar la bóveda de la Capilla Sixtina. Todos ellos se integran en una arquitectura de carácter clasicista donde la perspectiva es acentuada por el tratamiento lineal del pavimento y por la apertura del espacio interior a un jardín ornamentado por una fuente de mármol que evidencia la faceta de Vernet como paisajista.
A partir de esta especialización, su pintura muestra un gran dominio del color, con ricos matices que se advierten especialmente en la vestimenta papal. La sobriedad de la escenografía únicamente es interrumpida por la cruz papal, trabajada como minuciosa pieza de orfebrería, y por los emblemas pontificios dispuestos de forma ornamental sobre el mobiliario y que destacan la continuidad papal desde san Pedro a Julio II.
El instante seleccionado aúna a los grandes protagonistas de la fábrica de San Pedro en la primera mitad del siglo XVI, por lo que podría decirse que Vernet convierte su pintura en documento histórico de ella, dejando patente que en la construcción, gracias a Julio II, se dieron cita los máximos representantes de la arquitectura, la escultura y la pintura de su época.
María Rodríguez Velasco
Profesora de Historia del arte, Universidad CEU San Pablo, Madrid
El papa Julio II ordenando a Bramante, Rafael y Miguel Ángel construir el Palacio vaticano y San Pedro, 1827. Horacio Vernet (1789-1863), Museo del Louvre, París © Foto Josse/La Collection.
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Esta miniatura está sacada de un precioso manuscrito, fechado en 1478, que incluye e ilustra La vida y milagros de san Francisco, obra escrita por san Buenaventura († 1274), entonces General de la Orden franciscana. Fue en 1260 cuando en el capítulo general los Frailes Menores de Narbona le pidieron que escribiera una hagiografía del que fue apodado como alter Christus. Deseoso de restaurar el espíritu franciscano original, Buenaventura hizo una investigación detallada y regresó a los lugares por donde pasó Francisco, que había muerto treinta años antes, para recoger los testimonios de aquellos que lo habían conocido.
Aquí contemplamos el famoso episodio de san Francisco predicando y bendiciendo a los pájaros. Esta escena ocurrió en primavera, según algunas fuentes, en las laderas del Monte Subiasio con vistas a Asís, donde se ubicará la ermita de las Cárceles (Carceri); según otras, acaeció cerca de la ciudad de Perusa, a unos veinte kilómetros de Asís. Mientras la vegetación expresa su alegría de renovación a través de una profusión de flores, el Santo enseña a los pájaros. Uno de ellos parece haber descendido del cielo y refrenda la escena como una manifestación del Espíritu Santo. Detrás de Francisco se encuentra uno de sus primerísimos discípulos. Esta miniatura la hizo Sibilla von Bondorf, clarisa en un convento de Friburgo. Su obra expresa un candor de alma casi infantil que traduce bien la visión deliciosamente ingenua que marca la espiritualidad franciscana. Los personajes lucen la mirada feliz de los bienaventurados, como si hubieran bajado del cielo para reproducir esta escena, paradisíaca en muchos sentidos. La dimensión franciscana de naturaleza reconciliada y armoniosa ha sido admirablemente representada en la pintura 6 de la prodigiosa ópera San Francisco de Asís del compositor francés Olivier Messiaen († 1992).
En realidad, el carisma de san Francisco no es tan extraordinario como se le considera. Cualquier alma simple y amorosa puede experimentarlo. Y si me permiten una confidencia, puedo testificar que mi amada dialoga con fluidez con los gorriones y que su conversación es muy buscada por sus hermanas las golondrinas. Pero dejemos que san Buenaventura nos relate en qué circunstancias ocurrió este maravilloso episodio:
«Acercándose a Bevagna, llegó a un lugar donde se había reunido una gran multitud de aves de toda especie. Al verlas el santo de Dios, corrió presuroso a aquel sitio y saludó a las aves como si estuvieran dotadas de razón. Todas se le quedaron en actitud expectante, con los ojos fijos en él, de modo que las que se habían posado sobre los árboles, inclinando sus cabecitas, lo miraban de un modo insólito al verlo aproximarse hacia ellas. Y, dirigiéndose a las aves, las exhortó encarecidamente a escuchar la palabra de Dios, y les dijo: “Mis hermanas avecillas, mucho debéis alabar a vuestro Creador, que os ha revestido de plumas y os ha dado alas para volar, os ha otorgado el aire puro y os sustenta y gobierna, sin preocupación alguna de vuestra parte”. Mientras les decía estas cosas y otras parecidas, las avecillas, gesticulando de modo admirable, comenzaron a alargar sus cuellecitos, a extender las alas, a abrir los picos y mirarle fijamente. Entre tanto, el varón de Dios, paseándose en medio de ellas con admirable fervor de espíritu, las tocaba suavemente con la fimbria de su túnica, sin que por ello ninguna se moviera de su lugar, hasta que, hecha la señal de la cruz y concedida su licencia y bendición, remontaron todas a un mismo tiempo el vuelo.
Todo esto lo contemplaron los compañeros que estaban esperando en el camino. Vuelto a ellos el varón simple y puro, comenzó a inculparse de negligencia por no haber predicado hasta entonces a las aves.
Luego pasó por los pueblos vecinos, proclamando la palabra de Dios, y llegó a un pueblo llamado Alviano, donde reunió a la gente. Después de invitar a la multitud a guardar silencio, comenzó; pero las golondrinas que tenían sus nidos muy cerca hacían tal ruido que apenas se podían entender sus palabras. Entonces el hombre de Dios se dirigió a ellas en presencia de todos, y les dijo: “Mis hermanas golondrinas, habéis hablado hasta este momento; ahora es mi turno. Escuchad la palabra de Dios y permaneced en silencio hasta que termine mi discurso”. Inmediatamente guardaron silencio como si hubieran entendido, y no se fueron hasta que terminó la predicación».
«Bienaventurados los pobres de corazón» (Mt 5,3): nuestro Padre celestial les ha dado como confidentes a los pajaritos del cielo.
Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco.
San Francisco predicando a los pájaros, miniatura sacada de Vida y milagros de san Francisco de Asís de san Buenaventura (Ca. 1478), ms. 15710, fol. 107, The British Library, Londres, Inglaterra. © British Library Board. Todos los derechos reservados/Bridgeman Images.
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