El comentario de la portada

El fruto de la tierra y del trabajo de los hombres por Pierre-Marie Dumont

Alessandro Filipepi (1445-1510), apodado Botticelli, comenzó a trabajar como orfebre en el taller de su hermano mayor, Antonio. Mantendrá el arte de dibujar con trazo limpio y preciso, a modo de cincel. A la edad de 22 años entró en el estudio de Filippo Lippi (1406-1469). Allí, para alimentar la devoción privada de las familias nobles de Florencia, se especializó pronto en la producción de Vírgenes con Niño. Su talento ya excepcional fue descubierto por Lorenzo de Médici, conocido como el Magnífico. En 1470, con 25 años, creó su propio taller.

La Virgen con el Niño que adorna la portada de este mes en MAGNIFICAT es particularmente interesante porque manifiesta la eclosión del estilo de Botticelli. Datada a principios de la década de 1470, esta obra todavía manifiesta el espíritu de las creaciones «comerciales» del taller de Lippi; sin embargo, se revela ya en ella un estilo mucho más personal que haría de Botticelli uno de los astros más brillantes de la constelación de los genios florentinos.

La evolución más llamativa radica en la espléndida belleza de los personajes. Sus rostros destacan como retratos, y con razón: el ángel, vestido como un joven príncipe, es sin duda un autorretrato; la modelo de la Virgen María es Simonetta Vespucci. Con-siderada la mujer más bella del mundo, adorada por los Médici, encarnaba el ideal femenino para los artistas de la corte. Murió en 1476, a la edad de 23 años. Fue el amor platónico de Botticelli, hasta el punto de que él anotó en su testamento su voluntad de ser «enterrado a sus pies». Cuando murió –treinta y cuatro años después que ella–, su voluntad fue escrupulosamente respetada. Sus tumbas todavía se pueden visitar hoy en la iglesia franciscana de Ognissanti en Florencia.

Este «retrato» de la Virgen María revela así la primera manifestación de la marca original del genio de Botticelli: la belleza trascendente de los rostros de sus personajes que, como absortos en una misteriosa contemplación, expresan una especie de melancolía. Esta expresión melancólica es muy conmovedora porque sugiere más la profundidad de los sentimientos que una tristeza real. Notemos también la sublime transparencia de las aureolas de polvo dorado –cruciforme con rubíes en el niño Jesús– que manifiesta la permeabilidad que se ha establecido entre la vida divina y la vida humana.

Misterio incomparable de este Santísimo Sacramento

El ángel presenta al niño Jesús un jarrón de estaño de los Médici que contiene racimos de uvas –signo de su sangre derramada– en los que se clavan espigas de trigo –signo de su cuerpo entregado–. Con un movimiento de su mano, el niño Jesús bendice el presente, el fruto de la tierra y del trabajo de los hombres, y lo reconoce como propio. María, su madre, toma una espiga de trigo, dando a entender con este gesto que acepta comulgar la Eucaristía que hará de su vida su divino Hijo.

A los pintores del primer Renacimiento les gusta representar como fondo de las escenas de la Natividad las ruinas de edificios señoriales, para simbolizar la cercana obsolescencia del mundo antiguo, así como del Templo de Jerusalén. Para estructurar el fondo de su representación de la Virgen y el Niño, Botticelli inau-gura una nueva era en la historia de la salvación erigiendo una especie de pórtico de mármol, que significa el mundo cristiano ya en construcción. Con perspectiva, emergiendo en sus vanos, un paisaje que evoca la realidad actual de este nuevo mundo: el curso del Arno, en cuya orilla se eleva una iglesia y cuyas olas corren a irrigar la Florencia de los Médici.

Pierre-Marie Dumont

Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco

Virgen con el Niño y ángel (1470-1474), Sandro Botticelli (1444/5-1510), Museo Isabella Stewart Gardner, Boston, EE.UU. © Museo Isabella Stewart Gardner/Bridgeman Images.