El comentario de la portada
¡Ven, Luz de nuestros corazones! por Pierre-Marie Dumont
En activo hacia 1350-1390, Giovanni di Benedetto fue un famoso miniaturista y pintor de frescos. Fue uno de los maestros del taller adjunto a la corte de la familia Visconti, que, en la Edad Media, reinó sobre el Ducado de Milán (actual Lombardía en el norte de Italia). La miniatura que ilustra la portada de Magnificat este mes de junio procede de un misal libro de Horas que realizó hacia 1385. Representa la venida del Espíritu de Cristo sobre el mundo, como una paloma que envía los rayos de su luz desde lo alto del cielo.
Infunde Amorem cordibus
Este tipo de imagen del Espíritu Santo, él solo, inundando el mundo con sus rayos, fue utilizado a menudo a partir del siglo XIII como complemento de la representación de Pentecostés, especialmente en las obras de devoción privada. Se trataba de significar que, si en Pentecostés el Espíritu Santo fue enviado a los apóstoles para que ellos y sus sucesores fueran auténticos testigos de Jesús hasta los confines de la tierra, la comunión del Amor divino viene igualmente a llenar el corazón de los fieles cristianos hasta lo más íntimo para dispensar sus dones según la vocación propia de cada uno.
Giovanni di Benedetto representa aquí a la paloma en un círculo dorado, lo que simboliza que el Espíritu Santo es verdadero Dios, que procede del Padre y del Hijo. Pero, lo que es más sorprendente, adorna su cabeza con una aureola con la cruz roja, que suele ser, en el arte antiguo, el símbolo de Jesús resucitado. Lejos de tratarse de un error, estamos ante una brillante iniciativa con la que el artista concreta la misión del Espíritu Santo en la medida en que nos es enviado por el Hijo: así como Jesús fue dado a luz en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, así también, por obra del Espíritu Santo, Jesús permanecerá presente y activo entre nosotros tras regresar al seno del Padre. Así, lo que el artista quiere invitarnos a contemplar es precisamente este desenvolvimiento del misterio de la encarnación donde, desde la ascensión hasta la Parusía, el Espíritu de Jesús comparte con nosotros su comunión de amor –cada rayo de oro se dirige a uno de nosotros– para movernos a amarnos los unos a los otros como Jesús nos amó y, de este modo, actualizar la presencia activa de Cristo Jesús en el mundo, todos los días hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28,20).
Sine tuo nomine, nihil est in homine, nihil est innoxium
San Pablo nos confirma que «el amor divino es derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo» (Rom 5,5), capacitándonos para poner en práctica el mandamiento nuevo del Señor: ¿no es verdad que amar a los demás como Jesús nos amó sería imposible para nosotros sin la comunión del Espíritu Santo? ¿No es verdad que solo el amor a los demás desde un corazón rebosante del Espíritu de Jesús puede ser magnánimo y efectivo hasta el fin? ¿Y no ser nunca envidioso, pretencioso, orgulloso o inoportuno? ¿No es verdad que solo un amor que brota de un corazón rebosante del Espíritu de Jesús no tiene en cuenta el mal ni se alegra en la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad? ¿No es verdad que solo un amor que brota de un corazón que rebosa del Espíritu de Jesús cree en todo, lo espera todo, lo soporta todo? (cf. 1 Cor 13,1-8).
El genio del artista logra mostrarnos la unidad de acción entre Cristo y el Espíritu Santo en el cumplimiento del plan del Padre para la salvación del mundo. Esta unidad se manifestó actuante en la persona de Jesús durante su vida terrena. Desde su regreso al Padre hasta que vuelva, esta unidad está llamada a manifestarse en la persona de todo cristiano, que es hecho partícipe por el Espíritu Santo del misterio de la humanidad del Hijo de Dios. En este misterio, como Jesús mismo reveló, la Eucaristía y el mandamiento nuevo son una misma cosa: «Este es mi mandamiento: amaos los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por aquellos a quienes ama» (Jn 15,12-13). Por tanto, en nosotros, que vivimos, es Cristo quien vive (cf. Gál 2,20).
Pierre-Marie Dumont
[Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco]
• La Paloma del Espíritu Santo, tomada del Misal franciscano del Libro de Horas, latín 757, fol. 241v, Giovanni di Benedetto da Como (taller del siglo XIV), Biblioteca Nacional de Francia, París. © BnF, París.