La obra de arte

Comunión de los apóstoles por Justo de Gante (Ca. 1430-Ca. 1480)

Comunión de los apóstoles

La última cena es uno de los episodios más repetidos en las imágenes cristianas desde sus orígenes, ya que expone la institución de la Eucaristía como uno de los instantes claves en el ciclo de la pasión de Cristo. Desde el siglo IV se han sucedido distintas fórmulas iconográficas, sintetizadas esencialmente en tres: anuncio de la traición de Judas, consagración del pan y el vino, y comunión de los apóstoles. Mientras que la primera obedece a una mayor literalidad respecto al relato del Nuevo Testamento (Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; Lc 22,7-23; Jn 13,18-30), las dos últimas, desarrolladas especialmente a partir del siglo XV, acentúan la solemnidad de la escena y recuerdan su intrínseca relación con la liturgia eucarística.

  De hecho, las propias celebraciones se convirtieron en fuente para la renovación de la representación de la Última Cena, con anacronismos en lo que se refiere al tratamiento espacial, los atributos iconográficos y la gestualidad de los personajes, tal como se advierte en esta tabla de Justo de Gante.

Más allá de su composición, la pintura que contemplamos tiene una rica historia, a veces olvidada por su exposición actual en un Museo. Hacia 1465, la Hermandad del Corpus Christi de Urbino encargó a un pintor local, Bartolomeo di Giovanni Corradini, una tabla de altar para su iglesia. Urbino era ya entonces un riquísimo centro cultural gracias a la labor de Federico de Montefeltro, duque de Urbino y uno de los principales mecenas del Quattrocento italiano. Pero el citado pintor abandonó pronto el proyecto y, de hecho, le fue reclamada la suma que había recibido para la compra de pigmentos y materiales.

Así, en 1467 entró en escena Paolo Uccello, un maestro preocupado esencialmente por el tratamiento de la perspectiva, como señala Giorgio Vasari en Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos italianos (1550). Uccello trabajó la predela o banco de la tabla, es decir, su parte inferior, donde de forma narrativa se recoge el Milagro de la Hostia profanada (1467-1468). Pero el maestro no llegó a comenzar la tabla principal y para ello se llamó al pintor cortesano más relevante de Urbino, Piero della Francesca, que renunció a dar continuidad a la pieza.

  Es entonces cuando se pensó en un artista flamenco, ya que Federico de Montefeltro apreciaba especialmente la revolución pictórica que se llevaba a cabo en el norte de Europa, caracterizada por el realismo de las figuras, el detallismo y un simbolismo que aportaba un profundo significado a las pinturas. Hasta su palacio llegó en 1471 Justo de Gante, formado en la escuela de los hermanos Van Eyck, aunque no alcanzó la perfección técnica de estos. Documentado en la década de los sesenta en los gremios de pintores de Amberes y de Gante, en 1473 asumió el encargo de la tabla que nos ocupa, con una temática que responde a la Hermandad del Corpus Christi a la que se destinaba la pintura.

  Justo de Gante reinterpretó el episodio de la Última Cena bajo la imagen de la comunión de los apóstoles, rompiendo con la composición dominante para este tema donde los personajes se ordenaban en torno a la mesa. Aquí se acercan con gran recogimiento a recibir la Sagrada Forma, que anacrónicamente sustituye al pan. Todos van a comulgar excepto Judas, situado en un plano intermedio a la izquierda de la composición, que sale de la estancia para entregar las treinta monedas de plata que porta en sus manos. Precisamente este saco de monedas se convierte en atributo iconográfico para la identificación de su figura. Justo de Gante lo reviste, a su vez, con un manto amarillento, color que en el simbolismo de la época se asociaba con la envidia y la traición.

  Junto al grupo de los apóstoles, los ángeles subrayan la solemnidad y el carácter ritual del instante representado, destacando por sus gestos orantes, también derivados de la propia plegaria eucarística. La presencia de los ángeles evoca en la tabla reflexiones como la de san Gregorio Nacianceno, quien contempla la Eucaristía como anticipo del banquete celeste, donde asisten los ángeles, según refiere san Ambrosio al describir la celestial liturgia. La policromía de sus túnicas, con pliegues quebrados y angulosos propios de la Escuela flamenca, encuentra correspondencia con la de Cristo. Se traza así entre las tres figuras un triángulo que determina la parte central de la composición y la distribución del resto de los personajes que se multiplican profusamente.

  Justo de Gante añade a coetáneos de la corte de Urbino, tal como se deduce del contraste entre la sencilla vestimenta de los apóstoles (túnica y manto) y la suntuosidad de tocados y atuendos a la derecha de la mesa eucarística. Entre estas figuras reconocemos por su particular nariz aguileña al propio comitente, el duque Federico de Montefeltro, a quien le gustaba formar parte de las escenas sacras que encargaba. En sus retratos se muestra de perfil, pues había perdido su ojo derecho en un torneo. En este caso es acompañado por cortesanos y dialoga con Caterino Zeno, embajador persa en la corte de Urbino, tal como muestran sus ropajes orientales, diferenciados de los bonetes italianos del siglo XV. Tras ellos, en brazos de una doncella, el pequeño Guidobaldo Montefeltro, primogénito del duque.

  Justo de Gante transfigura el espacio del cenáculo de Jerusalén, donde tuvo lugar la Última Cena, en el ábside de una iglesia, marcando su remate semicircular mediante suntuosas columnas de mármoles de colores en sus fustes y capiteles corintios de tradición clásica. Asimismo, transforma la mesa de la cena pascual en un altar eucarístico, velado con mantel blanco que se erige en centro lumínico de la composición. Sobre él se disponen el cáliz y el vino y, en primer término, el pan, el agua y la sal. En estos motivos, Justo de Gante muestra su dominio técnico para captar texturas diferenciadas, como la rugosidad del pan, la transparencia del vidrio o los brillos del metal en un cáliz trabajado siguiendo los modelos de la orfebrería contemporánea al pintor. Esta se hace presente también en la jofaina situada ante Cristo, que recuerda que, antes de la cena pascual, Cristo había lavado los pies de sus discípulos.

  La sobriedad de estas piezas nos remite a un tiempo anterior acentuando el carácter narrativo de la pintura. De esta forma se unifican en la pintura los dos instantes conmemorados en la liturgia del Jueves Santo: el lavatorio de los pies y la institución de la Eucaristía. Este recuerdo del lavatorio actualiza en la imagen el comentario de san Agustín al evangelio de san Juan, en el que relaciona este instante de purificación con el perdón de los pecados. San Ambrosio, en su consideración de esta escena, presenta el lavatorio como signo de humildad. Estas afirmaciones no fueron ajenas a los teólogos medievales, como se advierte en De Cena Domini, escrito donde san Bernardo de Claraval insiste en el parangón entre el lavatorio y el sacramento de la penitencia.

Técnica e iconografía se funden para responder a las exigencias de la Hermandad del Corpus Christi de Urbino, afianzando a Justo de Gante como uno de los maestros más significativos en la corte de Federico de Montefeltro, ya que sintetiza en esta pintura el interés por la profundidad, el realismo y el simbolismo, la tradición italiana y la flamenca al servicio de la liturgia eucarística.

Comunión de los apóstoles, 1473-1476, Justo de Gante (Ca. 1430-Ca. 1480), Galleria Nazionale delle Marche, Urbino ©Éric Vandeville/akg-images.